Comprendiendo los conflictos

Qué son y qué los origina

 

Contenidos

  • Introducción
  • ¿Qué es un conflicto?
  • Los mecanismos de interpretación de la realidad
  • Interpretación, emoción y conflicto
  • El conflicto nos pone “límbicos”
  • Conclusión y recomendaciones

 

 Introducción

Hablar de paz es, en esencia, hablar de conflictos: hablar acerca de cómo evitarlos y cómo solucionarlos. Por lo tanto, si queremos paz y colaboración, es ineludible, como primer paso, comprender lo que es un conflicto, qué es lo que lo origina y cuáles son sus dinámicas. Saber esto es un presupuesto para ser eficaces educando para la paz, mediando o incluso negociando.

Como lo ha establecido Remo Entelman[1], los conflictos tienen una dimensión interna (la psicología del conflicto) y una dimensión externa (qué es lo que sucede cuando se producen conflictos), aplicable tanto a conflictos interpersonales como internacionales. En este artículo nos centraremos en la dimensión interna de los conflictos

 ¿Qué es un conflicto?

De todas las acepciones, la que más me gusta es la que concibe a los conflictos como un tipo de relación social en la que dos o más personas (u organizaciones o países) interpretan que lo que quiere una es incompatible con lo que quiere(n) la/s otra/s, sin perjuicio de que puedan existir otras áreas en las que sí hay compatibilidad.

La clave para comprender los conflictos está en que la compatibilidad o incompatibilidad es una interpretación que realizan las partes, que podrá o no coincidir con la realidad. Por lo tanto, también puede haber conflicto pese a que la incompatibilidad no es tal (los socios de una empresa tienen importantes diferencias acerca de una política comercial porque uno de ellos no está comprendiendo bien lo que le dice el otro). A su vez, puede no haber conflicto pese a existir una incompatibilidad real (p.ej. una pareja en la que ambos creen que están de acuerdo en la forma de educar a un eventual hijo que tengan, cuando en realidad tienen criterios muy distintos).

[1] Teoría de Conflictos, Remo Entelman, Ed. Gedisa

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Los mecanismos de interpretación de la realidad

La realidad es más amplia y compleja de lo que nuestra mente puede albergar y procesar. Por ello, estamos programados para filtrar y coger únicamente aquellos aspectos de información (de la “realidad”) que nos son útiles. Este proceso se denomina percepción selectiva. Los criterios que utiliza nuestra mente para seleccionar información son, entre otros:

  • aquello que comprendemos,
  • aquello que está de acuerdo con nuestra experiencia, creencias, compromisos o necesidades,
  • aquello que satisface nuestro ego.

Un experimento llevado a cabo en la universidad de Harvard demostró que, en una negociación para la compraventa de una empresa, donde es necesario analizar una una gran cantidad de información compleja (estados contables, información del mercado, planes de negocios, etc), los equipos vendedores tiende a establecer un valor “real” de la empresa que es casi dos veces el valor “real” de la empresa determinado por los equipos compradores, pese a disponer ambos de exactamente la misma información.

Ahora bien, nuestra mente no siempre puede evitar que llegue información de la realidad que contradiga nuestras creencias, compromisos y necesidades. En estos casos, sobre todo si la información que no podemos filtrar afecta nuestra identidad o nuestro ego, nuestra mente tenderá a distorsionar la realidad para ajustarla a lo que necesitamos – sin que seamos conscientes de ello.

Ejemplo típico es el de la persona que ha sido infiel a su pareja y encuentra un motivo para echarle la culpa a ella. Lo mismo sucede cuando se debaten ideologías políticas, creencias religiosas, etc. Cada parte será inmune a los argumentos de la otra, aun cuando estos sean reales y comprobables, ya que lo que está en juego no es sólo la información sino la propia identidad.

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Claro que no somos del todo conscientes de estos procesos mentales. Es por ello que estamos convencidos de saber cuál es “la” realidad o de tener “la” verdad, cuando sólo son una parte filtrada y/o distorsionada de las mismas.

 

Interpretación, emoción y conflicto

Nuestras emociones son producto de nuestro pensamiento. Si nos despiden e interpretamos que será muy difícil conseguir otro trabajo, nuestra emocionalidad será de tristeza y miedo y nos costará más ser proactivos en la búsqueda de un nuevo trabajo. En cambio, si nos despiden e interpretamos que es una oportunidad para comenzar un proyecto laboral con el que venimos soñando desde hace tiempo, nuestra emocionalidad será de confianza y entusiasmo y seremos mucho más proactivos en la generación de nuevas oportunidades.

A la inversa, una parte de nuestro pensamiento también es producto de nuestro sistema emocional. La información que recibimos a través de nuestros sentidos (visual, auditiva, etc.) llega en primer lugar a nuestro sistema límbico, que es la parte de nuestro cerebro que regula las emociones. Este sistema límbico procesa esa información y le asigna una respuesta emocional en función de ciertos parámetros que incluyen experiencias, condicionamientos, etc. Así, si vamos caminando en verano en un bosque con poca luz y vemos una sombra en forma de “S”, nuestro sistema límbico procesará dicha información y eventualmente podrá llegar a la conclusión de que es una serpiente, en cuyo caso disparará una emoción: miedo, que nos paralizará y nos dará también un chute de adrenalina para salir corriendo si es necesario. El problema es que el sistema límbico no tiene espacio para albergar mucha información, por lo que actúa por aproximación, cabiendo la posibilidad de que la serpiente en realidad sea otra cosa.

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Quien va a analizar dicha información sensorial con una precisión mucho mayor es nuestro sistema cortical / racional (el “neocórtex”). Como se ve en el dibujo, es mucho mayor que el sistema límbico, pudiendo almacenar y procesar en consecuencia muchísima más información y producir conclusiones más exactas. Así, en el caso anterior, el sistema cortical también recibe la misma información visual que el sistema límbico y puede determinar que eso no es una serpiente sino una rama, o sea algo que no representa peligro, lo que es comunicado al sistema límbico quien por lo general se “somete” sistema cortical y desactiva el miedo (hay excepciones como las fobias).

El problema es que el sistema cortical, al tener que procesar mucha más información, es mucho más lento que el sistema límbico. Por ello, cuando se produce una situación que nuestro sistema límbico interpreta como amenaza o peligro, actúa rápidamente, generando impulsos emocionales irreflexivos, llegando incluso a desconectar al sistema cortical /racional mientras dura la amenaza, ya que la urgencia de la situación requiere que actuemos (“ya habrá tiempo para pensar”). Esta forma de interacción entra emoción y razón es resultado de nuestra evolución y responde a las necesidades de supervivencia de un ser humano en sociedades y culturas mucho menos sofisticadas que la que tenemos actualmente, donde las amenazas y peligros eran más evidentes y requerían menos reflexión. Sin embargo, la complejidad de la sociedad del S.XXI hace que las percepciones de peligro o amenaza del sistema límbico muchas veces sean inexactas, lo que aumenta el riesgo de que, cuando actuamos en forma impulsiva, los resultados no sean los que queremos.

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El conflicto nos pone “límbicos”

Como hemos visto más arriba, el conflicto es una relación que surge de la interpretación de que lo que queremos es incompatible con lo que quiere(en) otro(s). Esto hace que en forma más o menos consciente percibamos a la(s) otra(s) parte(s) como adversaria/s, lo que activa las alertas de nuestro sistema límbico y nos dispara emociones de desconfianza y competitividad.

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Si, además, nuestro sistema límbico interpreta que la otra persona nos está agrediendo o tratando en forma injusta, producirá enfado e ira, lo que nos dará energía para contraatacar (si percibimos que podemos ganar) o, eventualmente, para huir (esperando una mejor oportunidad para resarcirnos).

Cabe aclarar que estas amenazas pueden estar dirigidas contra nosotros individualmente o contra las “tribus” con las que nos identificamos (una persona pueda adscribir a varias “tribus”, desde la familia hasta una nación) – en ambos casos se nos generan las mismas reacciones.

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Cuando contraatacamos estamos programados para hacerlo con un nivel de intensidad mayor al del ataque que hemos sufrido. Claro que esto también le sucederá a la otra parte, quien responderá con un nivel de intensidad aún mayor. Esto es lo que se denomina “escalada conflictual”.

Mientras más amenazados nos sintamos, mayor va a ser la desconexión con nuestra racionalidad y con ello nuestra vinculación con el mundo exterior, produciéndose lo que se denomina un “secuestro emocional”. Yo también lo denomino entrar en “modo PMC”: es cuando alguien nos dice “esto lo hago por mis convicciones”, con independencia de cualquier argumento racional.

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Es muy difícil (por no decir imposible) razonar con una persona que está secuestrada por sus emociones. Este es uno de los motivos por los que muchas veces fracasan buenas propuestas de solución: se han formulado en un momento en que el o los destinatarios no pueden procesarlas adecuadamente.

Otra consecuencia del secuestro emocional es que se corta la empatía con la otra parte, lo que permite al agresor elevar la intensidad de las acciones sin preocuparse por las consecuencias que se ocasionarán.

 

Conclusión y recomendaciones

El conflicto es producto de una interpretación de incompatibilidad que, dependiendo de su intensidad y percepción de amenaza, puede disparar respuestas emocionales que pueden ser inadecuadas o desproporcionadas. Por ello, un operador de conflictos deberá revisar y trabajar acerca de la exactitud de esta interpretación de incompatibilidad, sus causas y/o sus consecuencias. Modificando la historia de incompatibilidad se modifica – inevitablemente – el conflicto.

Pero como en caso de conflicto las emociones pueden ser de tal intensidad que impiden la razón y la reflexión, el operador de conflictos también deberá procurar que se vuelva a establecer una conexión entre la razón y la emoción (p.ej. mejorando todo lo que sea posible la comunicación, la relación y la confianza) – antes de proponer soluciones que sean objetivamente convenientes para todas las partes. Caso contrario, la probabilidad de que estas propuestas de solución caigan en saco roto será muy grande.

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